Despiertas. No has podido dormir muy bien. Te levantas.
Caminas y pisas uno de los charcos de orine que el nuevo
perro ha dejado por toda la casa. Maldiciendo, entras al baño
brincando en una sola pierna, enciendes la luz y restriegas
el pie sobre la cubierta que tu esposa le puso al excusado.
Vas hasta la bañadera blanca, abres los dos grifos del agua
y controlas la temperatura. Levántas la cosa esa que no sabes
cómo se llama y que hace que el agua salga por la regadera.
Te bañas. No cantas. Sales de la tina. Te secas con una toalla
que dice "Disneylandia". Te subes a una balanza que da siempre
pesos diferentes, pero aproximados. Cuando te estás afeitando,
suena el despertador. Tu mujer abre los ojos. Mira la hora.
Lo apaga. Se levanta, de su lado de la cama. Cada uno tiene
su lado de la cama. Cada uno tiene su lado en todo. Tú la sientes
saliendo del cuarto, rumbo a la cocina. El vecino de arriba prendió
el tocadisco. Terminás de afeitarte. Te limpias las cortaditas
con papel higiénico que se te queda pegado a la piel. Te pones
el desodorante, "24 horas de protección constante." Un poco
de colonia para después de afeitarte. Te arde la cara. Sales
del baño. Pisas otra vez el orine del perro. Le mientas la madre,
en voz alta. Tu esposa, desde la cocina, te pregunta qué te pasa.
Tú le explicas a gritos por qué no quieres otro perro en la casa.
Mientras te secas el pie con la toalla mojada que dice "Disneylandia",
ella se aparece y silenciosamente seca el charco de orine. Vas
al closet y sacas la ropa que te vas a poner. Miras el reloj. Hueles
el café. Te vistes. No encuentras la correa. Te haces la corbata
dos veces porque la primera vez la parte de atrás te quedó más larga
que la parte de adelante. Vas a la cocina. Tu esposa ya preparó
tu desayuno. Le hablas otra vez del perro. Ella, sin contestarte,
te recuerda que hay que pagar la cuenta de la luz y la matrícula
de la escuela de los chiquillos. Cuelgas tu jacket del borde de la silla
y te sientas en la mesa de la cocina. Tu esposa enciende la radio.
Están transmitiendo las noticias. Mientras escuchas, mojas el pan
en el café, como te enseñó tu papá cuando eras niño. Suena
el teléfono. Tu esposa lo contesta. Es para tí. De la oficina. Hoy van
a arrestar al tipo. Va un carro a recogerte. Que lo esperes abajo.
Cuelgas el teléfono. Vas a tu cuarto. Abres la segunda gaveta
del armario. Tu gaveta. Sacas tu libreta y los lentes negros. Vas
a la cama. Levantas el colchón y sacas tu revólver. Vas a la cocina,
tomas tu jacket y lo pones todo en el bolsillo de adentro. Tu esposa
te observa. Le das un beso al espacio, al lado de la mejilla, que ella
no devuelve, o sí? Abres la puerta y bajas por la escalera de madera,
saltando los escalones de dos en dos. Llegas a la calle. Ves
al camión recogiendo la basura. Aún está oscuro, pero huele a mañana,
varón.