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Juan Porteño

Héctor Marcó

Este siglo es de locura,
de robot y escaparate.
Buenos Aires sigue el ritmo
de París y Budapest.
Todo el mundo se alza de hombros
y habla de la Bomba H,
quiera Dios que no te cache
una del Follies Bergere.
Ríe el pobre, canta el rico,
ronca el tano en su cotorro.
Se inventó el avión a chorro
y el chorro raja en avión.
Viene Gina, se va Gina
y de un pícaro planeta
un marciano en camiseta
baja en plato volador.

Y rescostao, pensativo,
contra el farol de una esquina,
Juan Porteño se santigua
mordiendo el pucho, tristón.
Piensa acaso, en su nostalgia,
que aquella ciudad bajita
de románticas casitas
sólo está en su corazón.
Despunta la madrugada,
Buenos Aires rompe el sueño
y allá se va Juan Porteño,
silbando un tango llorón.

Hoy se dice que la luna
es un queso fluorescente
y hasta un croto bajo el puente
oye radio en su atelier.
Greta quiere ser artista
con su espejo ríe y sueña
y no ve que se le quema
la comida en la sartén.
Por TV hoy se palpita
el campeonato en la catrera,
de Nueva York y Avellaneda
dan las fijas por radar.
Este siglo es de locura
y si Marte busca arrime
es que ha visto una bikini
por la playa caminar.






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