Negros barrotes de una cárcel
borraban para el mundo
la fama de un matón
fuerte en agallas y osadía,
en las grescas sangrientas a facón;
dos costurones cicatrices
cruzaban el escracho del matón,
testigos mudos de su acción.
Venga y escuche, carcelero,
que un taita arrabalero
su historia va a contar,
cuando el acero bien templado
manchó de rojo bata de percal.
Bailaba, engrupida
por el ñato abrojo,
y manyé en sus ojos
le hablaba de amor;
perdí la cabeza,
relució la faca,
triunfó la destreza
y ganó el mejor.
Venga y escuche, carcelero,
y llévele esta carta
que gime mi sentir,
que en las penumbras de la cárcel
un nuevo sol de amor puede lucir...
Diga que siempre la recuerdo,
que en medio del dolor de mi prisión,
la llevo aquí, en el corazón.
Diga a la ingrata que no vivo
que una nube de odio mi espíritu cegó,
y que la faca del malevo
por limpiar una mancha se empañó.